LAS CHICAS DE LA PANTALLA
LAS CHICAS DE LA PANTALLA
En la pantalla, la tele de tu vida, el álbum de nuestra vida, conocí una madrileña con los ojos más hermosos que los de la malagueña. Después del recital diré a la sevillana no me olvides si es que regreso mañana. Para los íntimos, es Cristivia, cualquiera de las dos. Base combinada como en aquel anime de figuras legendarias bajo luces y destellos. Soy un chico delicado que nací para el amor. A mi me ha estropeado la manteca de desayuno y nochebuena. En cambio en la pantalla están las ondas de las venturas y desventuras de la caja de Pandora. En la pantalla está la figura del Matador Salas, el logo de Nigeria y la foto de España de pie y acurrucados. No se esculca ni se jura en vano en nombre de la tierra. Como un capitán en mi barco, ante mí, sin fila, se revela Escocia, y la vida de Considine. Vemos el Mundial en formato Americano o Grand Slam. Luceros pastel, satín, como en Tamerlán, chispeando en las sombras como escrito por Tanizaki. En la pantalla, la “groupie”, la fotógrafa, la pobre secretaria, la Vane de Oscar Wilde, salen como Jun Fubuki en el "Nace una Estrella" de la cuna de Murakami, en mini, seda y tacones, evocando la pijamada, la nochevieja, mi nueva obsesión en la historia del camino a San Francisco, en pétalos de rosa y arroz, haciendo el paso de Tongolele y las delicias de los púber y los ejecutivos. Cristivia es Marcela en su tocador, la morena haciendo a Gilda, Jessica en el cabaret de Bujolandia, escandalosa como en Hampden, azucarada como San Francisco de Macorís y su cacao y chocolate o los antojos de mango y caña de Baní. Es el lado C del variety show, C de Cristivia, Cíngaro, Corrido.

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